Escuché decir a alguien hace algún tiempo que para quienes no aman, la felicidad de los demás se convierte en su desgracia.
Pero, cuánto cuesta amar a alguien que te ha hecho daño, te ha herido y ha maltratado tu corazón. No es sencillo, personalmente he librado una batalla interna por conquistar esta victoria, y hasta ahora no he logrado llegar del todo a la cima de la gloria. En el recorrido he encontrado que el primer escalón para llegar a este tesoro es encontrase consigo mismo.
Mientras no nos abandonemos a la pasión de adentrarnos en el conocimiento del interior, nunca alcanzaremos comprender a otros por sus errores. Lo primero que hacemos los seres humanos es mirar hacia afuera y culpar a los demás de nuestras propias desdichas, lo último que realizamos es mirarnos a nosotros mismos. Lo hacemos en el momento en que hemos evaluado los hechos, y esto pasa generalmente tras haber repetido varias veces el mismo error.
A todas las personas nos fue dado libre albedrío, que se refiere básicamente a la capacidad que tenemos para decidir por cada uno de nuestros actos. En tal sentido, es necesario aceptar que cada individuo tiene el derecho a hacer lo que considere importante para su vida, lo delicado es cuando esos actos que ejecutamos al hacer uso del libre albedrío afectan la vida de otras personas; es en ese momento en el que actuamos con irresponsabilidad y egoísmo, al pensar solamente en los intereses personales, sin tener en cuenta el bienestar ajeno.
La felicidad ajena se convierte en mi desgracia cuando he guardado demasiado dolor y en consecuencia mi computador biológico se llena de virus. Cuando esto pasa la persona es invadida por odio, rencor, surge una necesidad de venganza, su rostro refleja la angustia y el desespero por querer ver a ese otro sumergirse en la desdicha y hacerle pagar sus amarguras.
En mis cursos de oratoria enseño a las personas a coordinar los tres elementos del lenguaje, que se refieren a lo verbal, lo paraverbal y lo no verbal. En el diagnóstico que se hace frente a una cámara de video, se hace referencia a que el lenguaje siempre arrastra un pasado y que éste lleva consigo elementos conscientes e inconscientes, que see manifiestan en las señales que emitimos, algunas de las cuales se dan de manera automática.
Cuando odiamos, el contenido verbal se modifica, las palabras empleadas llevan una carga emocional pesada que generalmente porta elementos condicionantes frente a la postura de nuestro interlocutor. Al hacer esto instantáneamente las relaciones se modifican, las personas a nuestro alrededor notan los cambios, la postura corporal también es sujeta a transformaciones. Se pierden la dulzura del carácter, y la conexión emocional que debe darse entre el corazón y la lengua, al emitir el discurso oral.
En un entrenamiento a un empresario que me buscó para mejorar su presentación oral, le hacía ver la importancia de la inteligencia emocional en el lenguaje interpersonal. En el diagnóstico inicial reflejaba una comunicación agresiva, su justificación era que su padre le había educado así, y que en consecuencia siempre había mantenido ese tipo de liderazgo. Él acudía a mí para hacer cambios y lograr asertividad.
En este caso y como en todos los que establecen comunicación agresiva, para comunicarse es necesario abandonar el pasado, borrar las huellas desagradables que nos dejó ese ayer, e implementar un nuevo estilo comunicativo. Esto Se logra con el lenguaje del amor.
Cada vez que hablamos los seres humanos tratamos de hacerlo desde la razón, dejando a un lado la pasión. Para hablar bien en público y para ser escuchados, nunca podremos separar la influencia del corazón.