De alguna manera,
hay veces que mi cuerpo camina bajo un cielo despejado
y la luz del sol ilumina mi rostro,
sin embargo mi piel no tiene brillo.
¡Hace tanto tiempo que no conozco una sonrisa
y lo peor es, que no sé en qué momento la perdí!
De qué sirve tener todo si vivo en la nada,
la nada que consume tal como la historia sin fin.
Estas son algunas estrofas de una poesía denominada “sonríe” de autor anónimo, que describe el sufrimiento.
Este estado emocional caracterizado por la aparición de varios síntomas que producen dolor físico y del alma, y que tienen su origen a nivel mental, es el resultado de una reacción ante una situación en particular que decayó en fracaso o ruptura.
El sufrimiento es una escuela que deja tras de sí una enseñanza poderosa sobre algo que es necesario cambiar dentro de nosotros, y que si no actuamos rápidamente, puede recaer en estados emocionales más fuertes que pueden llegar a la depresión, e incluso al suicidio.
Los seres humanos en nuestra condición innata siempre estamos tras la caza del placer, esa fuerza motora poderosa que nos induce a buscar en todo lo que emprendemos afecto y amor, somos seres emocionales por naturaleza, para eso tenemos acondicionado en nuestro cerebro, una parte de él “sistema límbico” dedicado a la recepción y reacción de emociones.
Generalmente, la mayoría de personas hemos sufrido una transmisión inadecuada de esas relaciones de afecto, en la infancia, por parte de los padres o de quienes tuvieron la responsabilidad de educarnos, lo que genera una necesidad urgente de experimentarlas en el desarrollo de la vida.
En esa búsqueda se presentan situaciones que contrastan nuestro sistema de creencias y debilitan nuestras emociones. Sufrimos porque queremos que otros hagan lo que nosotros consideramos es lo correcto, sufrimos porque los demás no siguen nuestras reglas y no se ajustan a nuestros intereses. Sufrimos generalmente, por que otros son diferentes a mí.
La esencia básica del sufrimiento está en las diferencias, las cuales no podemos aceptar y en consecuencia entramos en una etapa de conflicto interno, que afecta lo externo.
Sin embargo, sufrir es un proceso necesario. Este momento dispara las alarmas de que algo marcha mal en el interior, y que requiere atención urgente. Es adentro y no afuera donde es necesario hacer los ajustes. Cuando el sufrimiento se prolonga, entramos en los terrenos de la estupidez, y en consecuencia repetimos una y otra vez los mismos actos, hasta que algún día de tanto repetir, agotados y sin fuerzas, logramos reconocer que la causa era yo y no los otros. Es en ese momento, cuando logramos la lección máxima del sufrimiento: la sabiduría.
Hablo de lección, principalmente porque es lo más evidente que queda después de presentarse una fase de sufrimiento. Todo proceso de dolor, lleva implícita una enseñanza. Algo debí hacer o deje de hacer y no hice. Entonces, sufrimos por omisión.
En mi ejercicio como mentor, encuentro a diario personas atrapadas en estos estados durante años, y que a pesar del paso del tiempo, no han logrado asimilar la lección. La mayor parte de los sufrimientos recaen en el plano del amor. Equivocadamente, elegimos a la persona inadecuada, y por miedo a tomar decisiones o, a la soledad, decidimos quedarnos allí, sin importar el actuar de esa persona hacía nosotros.
Sufrir no es malo, depende de su perspectiva. Es una alerta de cambio. Superarlo es el reto. Ello, obliga a mejorar y acondicionar nuevas pautas de comportamiento hacía los demás.